miércoles, 1 de abril de 2009

El peso del mundo.

“Para mi queridísima Mery, dear friend, con la esperanza de que el peso del mundo te permita volar”, dice la dedicatoria de mi amigo Daniel. Acá van algunas plumas de las alas con las que anduve sorteando nubes por estos días:
Otra vez la sensación de conocer sólo a la gente equivocada

Vemos una película o leemos un libro y después nos sentimos muy serios y capaces de tratar con cualquiera, pero tan pronto empezamos a hablar y a encontrarnos con otra gente, hacemos los mismos gestos de siempre

Poner la cabeza entre las manos: ternura para con uno mismo

Una mujer, que en presencia de un hombre desea estar con otro; pero es el que está presente el que ha provocado, despertado, causado ese deseo

Un ciego caminaba delante de mí muy despacio y con torpeza; y yo pensaba: así camina sólo un ciego reciente!

Mi amor por A. Es tan fuerte que ansío un conflicto entre nosotros en el cual pudiera demostrarle mi amor sin el nerviosismo actual producto de la falta de conflictos

Le decimos a alguien que nos pide algo por teléfono: “Déjame pensarlo un par de días”. Y después, no pensamos ni un segundo en eso

El odio que siento “contra lo desconocido”, cuando suena el timbre

Para que la niña se acuerde de personas que de otra manera no recordaría, le voy nombrando los regalos que cada uno le hizo: así se acuerda enseguida

En pleno día, una mujer cerraba las persianas, arriba, en una casa; levanté la vista hacia ella y nuestras miradas se encontraron como las de dos aliados momentáneos

La vendedora me da vuelto de más: y mientras me daba el billete, deseaba que no se diera cuenta del error para poder mostrarle qué honesto soy

Pequeñas nubes blancas pasan velozmente detrás de Notre Dame en un viejo film de Jean Rendir, y yo pienso: así que esas nubes pasaron por allí hace cuarenta años

La persona que me llama todos los días sin decir nada quizás sólo quiere convencerse de que todavía estoy vivo, todavía existo; y actúa por preocupación y no para molestarme

A veces, cuando revuelvo el té y disuelvo el azúcar, mi madre se mueve conmigo

Durante la publicidad en el cine di vuelta la cabeza y miré hacia otra parte, como lo hacía de niño durante las escenas de besos en las que un tipo apretaba su boca contra el mentón de la mujer

Dijo con rabia: “¡No hablamos la misma lengua!” (Por fin había entendido lo que yo quería decir)

En el momento más terrible quise comprar un diario para simular un día normal

Si yo dijera en voz alta “¡no quiero morir!”, yo mismo sería el culpable de todas las frases hechas que seguirían como respuesta

Mientras escribo algo de pie, me veo a mí mismo como alguien que anota los autos mal estacionados

Me di cuenta de que yo quería pagar con el billete viejo, mugriento, y no con el nuevo

Recién después de horas de griterío, nerviosismo, desorientación, los niños encuentran una manera tranquila de jugar juntos, y en ese instante justo los vuelven a separar

Estoy con alguien en mi casa aunque no tengo ganas; comencé a ordenar a su alrededor

¿Mejor soportar el miedo que la compañía de otras personas?

La imagen de que, si no escribiera, la vida se desprendería y se iría de mi

La manera en que utilizo el primer instante de vigilia para investigarme de arriba abajo

En la angustia aparecen incluso las moscas como queridos animales domésticos

Prohibirle a la gente usar delante de mí expresiones como “bañomaría”

Pregunta al ama de casa: “¿Qué imagen le viene a la mente si le digo “torta de manzana”? El ama de casa: “Migas en el piso”

En la tristeza, la necesidad de estar bien vestido

Salir del cine… Y afuera, por todas partes caminan las personas equivocadas

¡Tú, miedoso, que siempre estás tan pegado a la ventana que la empañas!

Un pensador: nunca reflexiona sobre alguien en particular

El todavía no estaba seguro de que ella fuera hermosa, hasta que entró por la puerta una mujer hermosa

El anciano que hoy quería comprar sal en la tienda. Como no quedaba más el paquete chico, el que siempre lleva, tuvo que comprar el grande. Dijo que el chico le había durado tres años… un extraño silencio de pronto en el negocio cuando, uno a uno, todos fueron pensando que el anciano estaba comprando su último paquete de sal

(Fragmentos de “El peso del mundo”, Peter Handke)

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